De Villa Fiorito, ubicado a 40 kilómetros del centro de Buenos Aires, salió un chiquillo regordete, de piernas cortas, que dormía abrazado a la pelota desde que tenía tres años. Era el Pelu de su madre, Dalma “Tota” Franco: Diego Armando Maradona.

Nacido el 30 de octubre de 1960, allá en el Policlínico Evita de Lanús, desafió la pobreza después de que él y su familia se toparan con ella de frente. En su autobiografía Yo soy el Diego, publicada en el año 2000, señala que si una palabra describía a su barrio era: lucha. En aquella zona de Lomas de Zamora, amenazada por la delincuencia y privada de servicios básicos, “sí se podía comer se comía y si no, no”.

Su padre, don Diego Maradona, se “deslomaba” para que sus ocho hijos pudieran comer y estudiar, era “la persona más buena” que conoció. A sus viejos, como solía llamarlos, estaba dispuesto a regalarles el cielo, si eso pedían. Y a los 16 años, cumplió su primera promesa: sacó a su familia de Fiorito.

Los Maradona Franco se trasladaron a la calle Argerich 2257 de Villa del Parque, en Buenos Aires, a un apartamento que había alquilado Argentinos Juniors, responsable de su debut en Primera División. Con la camisa del Semillero del Mundo, Diego se consolidó como el goleador de los torneos Metropolitano 1978, Metropolitano y Nacional 1979, Metropolitano y Nacional 1980.

El Pibe de Oro, quien ya acumulaba experiencia con el seleccionado absoluto, tenía a cuestas la desilusión de no haber jugado la Copa Mundial de 1978, cuando Argentina se tituló por primera vez en su historia. Era “demasiado joven”, argumentaría el entrenador César Luis Menotti. Entonces, la revancha que había jurado se concretó el 7 de septiembre de 1979, fecha en la que Argentina derrotó 3-1 a la Unión Soviética, con un gol de Maradona, en la final del Mundial Juvenil de Japón.

En 1981, específicamente el 22 de febrero, Diego se estrenó con Boca Juniors, equipo al que llegó cedido a préstamo por un año y medio. Anotó 28 goles en 40 partidos y consiguió un Torneo Metropolitano. En 1982, pasó a vestir la azulgrana del FC Barcelona. Ese año, disputó con Argentina el Mundial de España, donde saldrían eliminados en segunda ronda. Quería desaparecer el recuerdo de aquella Copa.

Con el Barcelona, El Pelusa saltó a la cancha un 3 de agosto durante un amistoso contra el SV Meppen. Ya reunía seis goles, cuando una hepatitis lo alejó en diciembre. En septiembre de 1983, llegó “una época oscura, difícil”: una lesión en el tobillo, luego de una dura entrada de Andoni Goikoetxea, lo dejó fuera por casi cuatro meses.

El final sería claro en mayo de 1984. Maradona, ya distanciado del presidente del Barcelona, Josep Lluís Núñez, recibió una sanción de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), que le impedía jugar por tres meses, luego de involucrarse en una pelea con los jugadores del Athletic de Bilbao en la final de la Copa del Rey.

Dijo adiós con 38 goles en 58 partidos, más un palmarés que incluye Copa de Liga, Copa del Rey y Supercopa de España.

“Mi paso por el Barcelona terminó siendo nefasto; por la hepatitis, por la fractura, por la ciudad también porque yo soy más, más Madrid, por la mala relación con Núñez y porque allí en Barcelona arranca mi relación con la droga”, admite en su autobiografía Yo soy el Diego.

Redención y gloria

La redención la encontraría en Nápoles. Aterrizó en 1984, se quedó para siempre en el campo del San Paolo. Él aspiraba a ser “el ídolo de los pibes pobres de Nápoles, porque son como era yo cuando vivía en Buenos Aires”. Vaya que cumplió. Ahí, al sur de Italia, su nombre es sinónimo de héroe.

Maradona entendía que la cruzada del Napoli no era sólo futbolística. “Era el norte contra el sur, los racistas contra los pobres”, dedujo después de caer 3-1 en su debut frente al Verona.

Antes de convertirse en “santa Maradonna”, debía encontrarse con la gloria en el Estadio Azteca.

En 1986, El Diego hizo suyo un Mundial inaugurado sobre las ruinas de Ciudad de México, que un año atrás había perdido a 3.192 personas en el terremoto del 19 de septiembre.

Era 22 de junio cuando anotó aquel tanto que sería conocido como el “Gol del siglo”. Argentina se medía a Inglaterra en cuartos de final, el Pibe de Oro vengaba la herida de las Malvinas con dos zurdazos: uno tramposo hecho con la mano, pero atribuido al mismo Dios y otro espectacular que dejó a la defensa británica “girando como trompos durante algunos años”, relataría Galeano.

“Nosotros, por todo lo que representaba, jugábamos una final contra Inglaterra porque era como ganarle más que nada a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos, antes del partido, que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de las Malvinas, sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos. Y esto era una revancha, era recuperar algo de las Malvinas”, relata Maradona.

Con la pelota pegada al pie, se había quitado a cinco jugadores de encima, gambeteando hasta al arquero Peter Shilton: “Diez segundos, diez toques”, agregaría su compañero Jorge Valdano. Nadie daba crédito a lo que se sucedía. Ese día, América entera grito gol, lloró de incredulidad y de orgullo.

Argentina se quedó con aquella Copa, luego de una asistencia decisiva a Jorge Burruchaga que selló el 3-2 ante Alemania. El Pelusa marcó cinco goles, compartiendo el segundo lugar de la tabla de goleadores con Careca y Emilio Butragueño.

De regreso a Nápoles, retó la hegemonía del norte italiano. El 10 de mayo de 1987, el Napoli conquistó su primer scudetto en 60 años. Diego recalca que es “una victoria incomparable”. Ese año, también ganaron la Copa Italia, convirtiéndose en el tercer equipo en lograrlo desde el Torino y la Juventus.

“Fue un scudetto de toda la ciudad y la gente fue aprendiendo que no había que tener miedo, que no ganaba el que tenía más plata sino el que más luchaba, el que más buscaba”, recordó.

En 1989, los azzurri conseguirían su primer título internacional: la Copa UEFA y su segundo scudetto. Un año más tarde, se quedaron con la Supercopa Italia al golear 5-1 a la Juventus.

“Gracias a Maradona el sur oscuro había logrado, por fin, humillar al norte blanco que lo despreciaba. Copa tras copa, en los estadios italianos y europeos, el club Nápoles vencía y cada gol era una profanación del orden establecido y una revancha contra la historia”, agrega Eduardo Galeano.

El ídolo se despidió del Napoli en 1992.

Enfrentado a los “poderosos”

Ya era D10S. Su voz se levantó contra “los dueños de la pelota”, descrito así por Eduardo Galeano, defendiendo a jugadores no tan famosos o populares. En México 86, se enfrentó a la “dictadura de la televisión”, que los hacía presentarse en el engramado al mediodía.

También se peleó con el Papa Juan Pablo II. “Fui al Vaticano y vi techos de oro, después lo escuche decir que la Iglesia se preocupaba por los chicos pobres, pero ¡vendé el techo, hacé algo!”, contó.

Y es que Maradona, desobediente por naturaleza, no tenía por tradición callarse ante las injusticias, así lo hizo estando en Nápoles, cuando se volvió representante de los oprimidos de Italia.

“Yo soy la voz de los sin voz, la voz de mucha gente que se siente representada por mí. Yo tengo un micrófono delante y ellos en su vida podrán tenerlo. A ver si se entiende de una vez: yo soy el Diego”, enfatiza.

Sin embargo, su batalla más dura era por sí mismo. No había cumplido los 30 años, cuando se topó con las drogas. El Barrilete Cósmico reconoció que “ha sido el error más grande de mi vida”, hizo que tocara fondo. Al Pibe de Oro lo sentenciaron, pero se levantó.

Colgó los botines el 30 de octubre de 1997, día de su cumpleaños 37. Maradona se retiró en Boca Juniors, después de pasar por el Sevilla (España) y Newell’s Old Boys (Argentina).

Izquierdista hasta los tuétanos

El Pelusa es tan zurdo en el fútbol, como en la política. Llegó a reconocerse “completamente izquierdista: de pie, de fe y de cerebro”, quizás sería la razón de su empatía con Ernesto “Che” Guevara, Fidel Castro y Hugo Chávez.

En su brazo derecho lleva tatuado el rostro del “Guerrillero heroico”, mientras que en su pierna derecha tiene a Fidel a quien llamó su “segundo padre”. Con Chávez entabló una amistad cercana, visitándolo varias veces en Venezuela y acompañándolo cuando inauguró la Copa América 2007 en San Cristóbal, estado Táchira.

“Hugo Chávez ha cambiado la forma de pensar del latinoamericano, porque prácticamente estábamos entregados a Estados Unidos y él nos metió en la cabeza que podíamos caminar solos”, expresó en abril de 2013 desde el Cuartel de la Montaña, en Caracas, donde reposan los restos mortales del Arañero de Sabaneta.

El afecto une a Maradona con el presidente de la República, Nicolás Maduro. En medio de la agresión multiforme contra Venezuela, le ha dicho “no aflojes nunca” y en respuesta se le ha dejado saber que la tierra de Simón Bolívar “es tu casa, amigo”.

Diego ya no corre detrás de la pelota, pero la sigue de cerca desde el área técnica donde acumula experiencia con el Deportivo Mandiyú y Racing (Argentina), Al Wasl FC y Al-Fujairah SC (Emiratos Árabes Unidos), Dorados de Sinaloa (México) y Gimnasia y Esgrima La Plata (Argentina). En su currículo destaca la conducción de la Albiceleste entre 2008 y 2010.

El 25 de noviembre, D10S partió a la inmortalidad, tras celebrar seis décadas entre los mortales, dando cátedra de buen balompié. ¿Qué esperábamos? Bien dijo Eduardo Galeano: “los dioses no se jubilan”.


/Prensa Presidencial